Muchos países democráticos en los que su sector privado ha crecido sanamente, creando empleos y pagando impuestos, comparten la bendición de contar con el gobierno como un socio o aliado. Otros países no…

Aquí, por ejemplo, la Barrick pasó las de Caín ante el alud de críticas sin fundamento, muchas de ellas expresadas por extorsionadores mediáticos, sin que el gobierno se dignara en defender las excelencias de esa enorme inversión.

Ahora sucede algo parecido con la Falconbridge, cuya concesión en loma Miranda padece toda clase de amenazas sin que ningún doliente del gobierno diga “esta boca es mía”.

El temor a caer víctima de los terroristas mediáticos es lo que les da su poder, porque ¿cuánta gente realmente les hace caso? Y si le hicieran caso, ¿no es gobernar un ejercicio de criterio, en que a veces una minoría puede tener razón? Un país a expensas de quienes más griten difícilmente se salva.