Desde la Colina

Desde la Colina

Desde la Colina

*Por Haritz Echarren Febles

En la lejana colina, siempre se encontraba un señor muy envejecido. Sus ojos apenas distinguían lo claro de lo oscuro, su audición estaba muy deteriorada, solo escuchaba el canto de los pájaros que rodeaban su casa arbolada, y su piel parecía un antiguo pergamino romano. Dentro de su rutina, lo que más disfrutaba era sentarse en lo alto de la colina y observar el tráfico de la ciudad.

El anciano tenía una estrecha red de amigos, muchos habían perecido en el camino de la vida y los pocos que le quedaban vivían dentro de asilos o en la metrópolis que él tanto observaba. Pasaba todo el día solo, y mágicamente, su poca visión, junto a su deficiente audición se recuperaba automáticamente al sentarse a ver el caos en las avenidas que le permitía observar la altura de la colina.

Día tras día, veía y estudiaba cada imprudencia que se cometía al conducir. El carro rojo que se saltó el semáforo en rojo a una gran velocidad, el motorista que invadía la acera para llegar al otro extremo, el carro totalmente negro, que permanecía en medio de la calle sin ninguna justificación durante varios minutos… todo esto lo veía. Imprudencia tras imprudencia, tarde tras tarde.

Un día, como otro cualquiera, se levantó gracias a los pajaritos, desayunó su café tostado, merodeaba el frondoso ambiente que le rodeaba y se sentó a sentir la naturaleza. En la tarde, después de comer, caminó hacia la parte más empinada de la colina, se sentó en un banco que había hecho en su juventud, y se preparó, con sus sentidos sorprendentemente recuperados, para observar la rutinaria vida del tráfico, en la gran metrópolis que él nunca apreció.

Pasaron las mismas imprudencias de todos los días; los semáforos saltados, la velocidad excesiva, y los motoristas que sin pudor atentaban contra el peatón. Él se mantenía en el banco hasta que la luna se mostrara y el Sol quedara relegado hasta el otro día. Pero al acercarse el ocaso del Sol, oye un grito tremendamente lanzado, de repente vio un carro parado, una mujer tirada en el piso y mucho murmullo alrededor, lo vivió como si estuviera abajo, justo al frente del accidente, su ojos se agrandaron, sus orejas se abrieron, sentía que sus facultades se estaban mejorando completamente, incluso sintió que la piel de pergamino que antes le cubría se estaba rejuveneciendo y con esto todas sus fuerzas. Empezó a ver a dos ambulancias, muchas patrullas de policías, todo el tráfico paralizado y muchas personas observando la zona. Todo esto, desde lo alto de la colina…

Abandonó su puesto dejando todo en incógnita, y sorprendentemente se sentía nuevo. Se acostó como si fuera un joven, y se despertó como tal. Se sirvió su café tostado y emprendió la marcha hacia la metrópolis… aquella con la que había estado tan distanciado y cercano a la vez.

Al llegar, impulsado por el accidente que presenció la tarde anterior, vio que todo seguía igual, los mismos riesgos se mantenían en la calle, y como un inspector investigando el ambiente, decidió ponerse al frente, en una intersección, donde todos los carros, motores, camiones, bicicletas lo encaraban, se puso en el corazón del tráfico.

Con la voz totalmente nueva, fuerza juvenil y el corazón hastiado. En pleno grito, queriendo hacer parar el tráfico, y buscando la atención de los conductores, pronunció:

– Día tras día, veo el accionar humano, la indecencia en su máxima expresión, no me sorprendía ante tanta indiferencia y dejadez que muestran ustedes al conducir! Pero acabó! No sé cuál será el límite de tanta falta de pudor e insensibilidad ante el bien común, ante nosotros mismos, pero hay que tratar de cortar tal camino. Ustedes, que tanto conducen como si fuera pista de carreras, acaso no saben que ponen en riesgo decenas de vidas! Qué enseñanza le transmitimos a nuestros hijos, paren de cruzar semáforos en rojo, paren de irrespetar al peatón, al conductor de al lado. No es una carrera! No es una competencia! – mientras más hablaba, más alta se oía su voz – Tengan conciencia, analicen, ¡¿a qué caos nos estamos dirigiendo!?…

Acabó, resopló, y volvió caminando hacia la colina, mientras más se acercaba a esta, volvía a la condición de antes; se le iba arrugando la piel, la vista empeoraba, e iba dejando de escuchar los sonidos de la ciudad. El tráfico, quedó parado un momento, la gente miraba atónita a su celular, volviendo a ver en estos lo que acaban de presenciar…

Al llegar al banco, en lo más alto de la colina, el ya anciano, se sienta, sonríe y piensa en si pudo hacer efecto o no sus palabras, pero lo había intentado, y mientras anochece el día, el tráfico se adecenta, quizás tuvo que ver o no, pero mientras más la Luna sale, sus ojos van cerrando y su corazón se va agrandando… con la esperanza de haber dejado un legado en tierra.



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