¿Debemos mirarnos en ese espejo?

¿Debemos mirarnos en ese espejo?

¿Debemos mirarnos en ese espejo?

No creo haber tenido el privilegio de conocer personalmente a Alejandro Vilela. Sus facciones, tez blanca, mirada apacible, que figuran en el único libro de su autoría que poseo, no me resultan familiares.

En su hoja de vida se le atribuye la condición de “novelista, ensayista y periodista profesional”. Salvo el texto señalado no he podido ubicar otros libros suyos.

Vilela se graduó con honores en ciencias políticas en una universidad estadounidense, trabajó en el “Miami Herald” y fue columnista del “Diario de Las Américas”. Nació en Cuba en 1938 y trabajó como editor internacional de un periódico dominicano.

La obra de su autoría, que adquirí en el 1994 titulada “El complot que asesinó a los Kennedy e implantó la narcocracia”, es de un contenido en verdad tenebroso. Su tesis detalla cómo específicos intereses provocan graves trastornos de un conglomerado humano con el único propósito de preservar su ascendiente, sus riquezas y sus privilegios.

“¿Por qué la delincuencia ha llegado a niveles sin precedentes? ¿Qué ha pasado con los valores sociales?”, se pregunta y enuncia a continuación: “adicción a las drogas; promiscua concupiscencia; pornografía a nivel de barriada; irreligiosidad; indolencia e indisciplina escolares y laboral; ruptura del núcleo familiar; desacato y desprecio por toda forma de autoridad constituida: antipatriotismo” nos dice.

Y añade: “toda la sicología contemporánea, trátese de Sigmund Freud, seguidores o críticos, coincide en afirmar que la agresividad tiene sus orígenes en la frustración”.

Previamente se sitúa en los Estados Unidos y una época de grandes trastornos que se inicia en 1964, tras el asesinato del presidente Kennedy. En los próximos tres años la situación del país se vuelve caótica y así prosigue hasta veinte años después.

De acuerdo a Vilela “de una tradición de respeto a la ley y el orden público, EE.UU. se transforma en una jungla de caos y anarquía”.

La nación se desplaza violentamente “de un sistema de valores sociales de orígenes y tradición puritanos” a otro en que predominan conductas equiparables “únicamente con las bíblicas Sodoma y Gomorra”.

“La sociedad estadounidense experimenta signos inequívocos de decadencia: rechazo de las virtudes sociales tales como honorabilidad, responsabilidad, probidad, religiosidad y patriotismo, que de pronto se perciben como valores hipócritas y obsoletos”, dice. Insisto en que se trata de la década de los sesenta.

Y agrega: “La drogadicción, el más esclavizante de los vicios, es equiparada a la libertad individual y calificada de suprema expansión de la mente, en tanto que la vulgaridad, suciedad e irrespetuosidad se traducen en sinónimos de sinceridad”.

Se producen crímenes horribles. Surgen “genuinos monstruos incapaces de albergar un solo atisbo de compasión hacia sus víctimas”.

En dos décadas se producen más de 300 mil homicidios, cinco millones de violaciones sexuales, ocho millones de asaltos con agravantes.

Para el autor, estos hechos eran resultado de una conspiración planeada e instigada por sectores oscuros del sistema. ¿Las razones? “Cualquier sociedad se hace vulnerable a profundos cambios en sus relaciones políticas, económicas y sociales cuando experimenta una gran sacudida interna”.

En este estado de anarquía dirigida “no es el Estado el que sufre las consecuencias sino los ciudadanos que lo integran.

La violencia criminal no se orienta contra las instituciones sino contra el individuo en una guerra de todos contra todos”…
¿Acaso los dominicanos deberíamos mirarnos en este espejo?



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