De pateras

De pateras

De pateras

Vladimir Tatis Pérez

Mahamadou no tiene nada que contar sobre viaje en avión. No tiene quejas, ninguna anécdota, ni experiencias; porque nunca ha volado. De lo que sí puede contar Mahamadou es de su viaje por el mar en patera. Desde Senegal hasta Tenerife. De eso sí puede hablar mucho, contarlo. Y así tratar de olvidar las despedidas, el temor, el olor de las muertes, las grandes olas, la tempestad, el naufragio, las tinieblas, los gritos, las plegarias no escuchadas. De todo eso sí puede hablar y lo hará cuando sus labios puedan dejar de temblar.

La muerte nos persigue cada día con parcial ingratitud. Presenciarla y escapársele es renacer, pero para él ha sido renacer en la oscuridad, oscuridad que él ha sufrido desde su primer nacimiento. Con la boca semiabierta, sentado en cuclillas y muerto de miedo, este joven de dieciséis años ya ha tuteado a la muerte. Es por eso por lo que Mahamadou, con su máscara eterna de tristeza y timidez, sus gruesos y cenizos labios temblorosos y sus ojos enrojecidos, mira dispuesto a contar cómo varias horas antes su hermano y un grupo de viajeros más era tragado por el mar. Y de cómo fue que al perderlo de vista recordó, mientras oraba, que su hermano tenía en los bolsillos todo lo que llevaban. Fijó sus ojos en el horizonte. Quizás buscando su aldea, a la cual tendrá que regresar sin nada, sin hermano y sin la felicidad que le encomendaron buscar.

Lo primero que hace es pensar en su madre y en la idea de tener que retornar tan pronto, sin nada en las manos, sólo la muerte; estar frente a ella y decirle que su hijo mayor ya no está y que no regresará. Contarle como este empezó a vomitar hasta morirse de hambre y como, junto a los demás viajeros, lo colocaron en el fondo del cayuco y le empezaron a rezar. Ahora sus ojos están pendientes de la mano de la mujer voluntaria que reparte el chocolate caliente, y la boca le vuelve a temblar.

Coge el vaso con sus dos manos, que también están temblorosas y, a pesar de que las de la voluntaria son blancas, estas le vuelven a recordar a las de su madre, al día en que el chamán y ella los despedían entre rezos, amuletos, encargos lágrimas y bendiciones. A los días y las noches que su padre pasó trabajando sin descanso para conseguir el dinero del pasaje. Recuerda también que tuvieron que venderlo todo, casi todo: el televisor, las ovejas, varios muebles para ir en búsqueda de la prosperidad familiar. Recostado de uno de los pedazos de la patera, Mahamadou miraba los restos de ropa, zapatos, mochilas y cadáveres esparcidos en la playa, y vuelve a recordar que el día de la partida lloraba a escondidas de su padre, porque no quería viajar y su hermano se burlaba de sus lágrimas.

Al entregársele una manta para cubrirse del frío, pareció pedir perdón. Se quitó su sudadera mojada y la arrinconó a su lado, protegiéndola; era su única pertenencia junto al pantalón que vestía. Empezó a beber el chocolate caliente, se pasó la mano por la frente y al exhalar se le escaparon dos lágrimas. Fue cuando a su mente le vino el recuerdo del final, de la muerte de su hermano:

“No soportábamos el olor a muerto, las olas eran cada vez más grandes, el viento más fuerte. Miré al cielo y no encontramos ni a las estrellas. Repetí, una y otra vez, el nombre de Dios, cómo me enseñaron mi madre y el chamán, pero este no acudió. La patera subía y bajaba. Además del olor, había que aligerar la barca, porque esta se balanceaba cada vez con más fuerza. Me preguntaba a qué cuerpo mi madre le llevaría flores si lo echábamos al mar. Recité mil veces el nombre de Dios y mil veces el nombre de Alá, pero estos no aparecieron. La embarcación se rompió en dos pedazos después de varias discusiones y empujones que pretendían hacerme aceptar tirar al cuerpo al océano”.

Volvió a sollozar y  recordó que ahora estaban contando muertos, rescatando heridos y preparando a los “vivos” para la deportación.

Quizás ahora, que lo envían de regreso a su tierra, esta vez por avión, ahora que volverá a recorrer los dos mil kilómetros que parecen separar la “riqueza” de la “pobreza”, sí pueda contar su experiencia de viajar por aire.



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