De cuando éramos decentes

De cuando éramos decentes

De cuando éramos decentes

Recientemente leí de la pluma de un gran periodista que para ejercer esta profesión hay que ser decente. Hacía mucho que no oía esa palabra.

Normalmente las personas estamos más ocupadas haciéndonos un selfie o revisando la vida de los demás en sus redes sociales. ¿Para qué?

Pues no tengo la más remota idea. Pero a veces siento que vivimos en una continua oda a la vanidad y que estamos tan pendientes de lo que otros hacen, dicen o publican que nos olvidamos de vivir nuestra propia vida.

Pero era de la decencia que quería hablar. Ya no nos educan para eso. Honradez, rectitud, ética suenan a épocas antiguas. Es más si le preguntas a un joven qué significa decente no creo que sepa definirlo.

Hagan la prueba. Y si le dices qué implica seguramente va a pensar… bueno eso es ser bien pendejo.

Dirán que los tiempos cambian, que ahora hay que tener herramientas para moverse en un mundo competitivo, global, manipulador y en el que importa más la imagen que vendas que aquello que haces.

Los ejemplos de impunidad que nos rodean son tan fuertes que el mensaje que llega a las generaciones es claro: no importa actuar mal. Por eso es que hay que volver a la raíz, a transmitir a nuestros hijos que ser decente es lo correcto, que no importa si te das con paredes para serlo, te levantas y continúas.

Hay límites que no se deben cruzar por mucho que sean atajos hacia el éxito, tus valores, tu conciencia deben permanecer intactos porque sino el éxito será una imagen, de esas que tanto se suben a un celular y se cacarean, pero tu esencia quedará dañada.

Y al final todo será una mentira. ¿Eso es lo que quieres?



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