David Ortiz y los líderes dominicanos

David Ortiz y los líderes dominicanos

David Ortiz y los líderes dominicanos

Rafael Chaljub Mejìa

David Ortiz ha dado una sorprendente demostración de grandeza al poner fin a su carrera cuando los números de la temporada del retiro indican que aún podía seguir jugando.

Las aclamaciones de su fanaticada, los millones que su equipo estaba en disposición de pagarle, eran tentaciones a las cuales pocos son capaces de sacarle el cuerpo.

David supo evadirlas y salió del oficio por la puerta grande. Hay que agradecerle el que desde el ángulo de su actividad haya probado que más vale un retiro oportuno y digno que pretender seguir aún cuando el agotamiento de las facultades aconsejan pasarle la antorcha a otros.

Él no esperó ese agotamiento y nos ahorró el dolor de tener que verlo en plena decadencia.

La grandeza de David es mayor porque él es dominicano, nacido y criado en el país en que más difícil se les hace a los hombres y mujeres destacados ponerse oportunamente en su lugar. Especialmente en la política.

Por eso se ha visto a personajes sobresalientes aferrarse al sabor del mando y defenderlo, a veces, aunque estén agotados en lo físico y lo intelectual. Y ese apego, casi lujurioso al poder, parece estar en nuestra médula.

Es bueno mandar aunque sea un hato de ganado, dijo Sancho Panza antes de irse a gobernar la ínsula Barataria.

Podría decirse entonces que el placer en el ejercicio de mandar nos viene de la herencia dejada por la misma España de Sancho Panza. Pero tal vez no haya que ir tan lejos y buscar la raíz más cercana en la herencia trujillista.

Trujillo, que tantas veces supo vencer a sus enemigos, cayó vencido por el afán inmoderado de mandar. “Sabrán que me he retirado cuando sepan que estoy muerto”. Fue una de sus confesiones.

Artistas, religiosos, académicos, profesionales de todas las ramas, peloteros, políticos, y mucho más si son candidatos presidenciales, han hecho suya la herencia trujillista y aunque no puedan más quieren seguir.

Así no alcancen el uno por ciento en las elecciones, le deleita un coro a su alrededor y el aplauso de su propio clan. Los otros quieren seguir como quiera, aunque no haya salud, ni fuerza para batear, aunque su canto o su música ya no gusten.

David Ortiz, a punta de voluntad, modestia y sensatez ha marcado la diferencia y ojalá su ejemplo se asimile.



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