Cultura y ambigüedad

Cultura y ambigüedad

Cultura y ambigüedad

José Mármol

El de la cultura es un tema que preocupó al sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) desde sus primeros aportes a las ciencias sociales y humanísticas, cuando publica, en el decenio de los 80, el libro “La cultura como praxis”.

Aquí aborda el fenómeno de la cultura desde tres perspectivas: 1) como “concepto”, donde destaca la idea de cultura desde los clásicos griegos, la filosofía y la antropología moderna, hasta concluir que la cultura implica un esfuerzo del hombre para superar la dicotomía de ser-un-objeto o ser-un-sujeto; 2) como “estructura”, en cuya articulación subraya la visión de la antropología social sobre los fenómenos culturales, especialmente, la del estructuralismo de Saussure y Lévi-Strauss y su conexión con las ciencias del lenguaje y de los signos; y, 3) la cultura como “praxis”, en la que se resalta la dinámica cultural como una práctica humana, es decir, como vínculo del individuo con la realidad que le circunda, dado que es el ser humano la única especie facultada para desafiar la realidad y reclamar libertad y justicia.

El punto de partida para comprender el fenómeno de la cultura en la era moderna sólida descansa en la expresión de Michel Foucault de “fábrica de orden”.

Es decir, que la cultura constituía una piedra angular de lo que el filósofo francés llamó sociedad disciplinaria, basada en los modelos de cárceles, fábricas, escuelas, hospitales, entre otros.

En la era moderna líquida y consumista, en cambio, la ambivalencia de la cultura será el denominador común a las tres perspectivas de Bauman, porque en los fenómenos culturales conviven las tendencias al orden y al desorden, a la norma y a la inestabilidad, a la obsolescencia y al reciclaje, a la libertad creativa y a la coerción o regulación.

En la segunda mitad del siglo XVIII se instauró una noción de cultura que separaba los logros humanos de los hechos de la naturaleza. Cultura equivalía a aquello que los humanos podían hacer, mientras que como naturaleza se designaba todo aquello exterior al hombre y que los humanos debíamos obedecer.

No será sino hasta la segunda mitad del siglo XX cuando tendría lugar lo que habría de llamarse culturización de la naturaleza.

“La naturalización de la cultura formaba parte del moderno desencantamiento del mundo. Su deconstrucción, que siguió a la culturización de la naturaleza, resultó posible, y tal vez inevitable, a raíz del reencantamiento posmoderno del mundo”, indica Bauman.

Ese proceso de culturización de la naturaleza se corresponde con la visión de un nuevo humanismo, marcado por la inseguridad, incertidumbre, ansiedad, vertiginosidad, paradoja; incluso, cargado de nostalgias de un pasado en que existió un orden preestablecido y determinístico, más normativo, ortopédico y lento.

El término cultura, en tanto que capacidad creadora del humano, conforme evoluciona o se transforma, va convirtiendo sus productos en sedimentos o efectos colaterales de las elecciones humanas, que Bauman atribuye al “homo eligens” como característica de la modernidad.

La cultura comprende, pues, productos que siendo hechos por humanos, pueden también ser destruidos o desechados por los mismos humanos.

El discurso de la cultura contiene una ambivalencia por necesidad. Bauman cree que esa ambivalencia inherente a la idea de cultura, la que, a su vez, refleja fielmente la ambigüedad de la condición histórica que se suponía que debía captar y narrar, es exactamente lo que ha hecho de la cultura misma una herramientas de percepción y de pensamiento tan fructífera.

Orden y libertad son los contrarios en los que descansa la dialéctica ambigua de la cultura posmoderna: cultura como cambio constante basado en la ilusión de producir un determinado orden.



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