En el artículo 49 nuestra Carta Magna consagra la libertad de expresión e información, pero haciendo el siguiente señalamiento: «El disfrute de estas libertades se ejercerá respetando el derecho al honor, a la intimidad, así como a la dignidad y la moral de las personas, en especial la protección de la juventud y de la infancia, de conformidad con la ley y el orden público».
Una de las secuelas que tiene la actual situación socio-política es el ataque permanente a la credibilidad de todos los actores y estamentos, no importa en qué litoral se encuentren.
Basta con hacer una imputación a alguien para que los otros tiren por el río cualquier trayectoria.
Como sociedad pareciera que nos hemos propuesto igualar a todos con los bandidos, el mayor triunfo que se pueden llevar los malos.
Socialmente hemos asumido un principio peligroso: “culpable, aunque demuestre lo contrario”.
De ese juego perverso han sido víctimas hasta los que se lo inventaron.
En estos días una de las formas rápidas de ganar nombradía, rating o lectoría es dedicarse a denostar, a llamar ladrón a los otros, a meter a cualquiera en el saco de los malos, a no respetar trayectorias.
Corremos el riesgo de convertir la nuestra en una sociedad sin referentes, sin voces autorizadas y sin árbitros.
Nuestra Constitución trata de salvarnos del camino por el que estamos transitando, pero a fin de cuentas la responsabilidad es de los ciudadanos.