El mundo árabe vive momentos de gran tensión y transformación.

 El tsunami político que se inicio con la repulsa y huida del dictador Ben Ali de Túnez, contagió  a Egipto con al caída del dictador Hosni Mubarak, se pasó al dinástico Bahréin de los Al Khalifa, el Yemen del dictador Saleh, y hoy la guerra civil en la Libia del dictador Gadhafi.

El efecto dominó entre dictaduras dinásticas del mundo árabe, donde la democracia y la igualdad humana es simple quimera, es una realidad.

Este fenómeno de liberación humana tiene como consecuencia que se constituye en poderoso atractivo de capitales especulativos, que ya apuestan a petróleo por encima de 110 dólares el barril, y oro por encima de 1,400 dólares la onza.

Importamos inflación e inestabilidad de precios, que habrán de agravar nuestra vida de manera preocupante. Sube el petróleo y con ello sube el costo de la generación eléctrica, el costo del transporte humano y de mercancías, sube el costo del Avtur, combustible de aviones, y por consiguiente perjudica el turismo.

Pero estos capitales también especulan con maíz, subiendo los alimentos, y afectando el costo de los pollos, sube el trigo afectando el precio de las pastas alimenticias y el pan, sube el transporte internacional, encareciendo todo lo importado, y perjudicando nuestras exportaciones.

Amén de medidas internas excepcionales que debe tomar el país para paliar los efectos de esta inflación importada, de forma transitoria hasta que pasen estas oleadas especulativas, en semanas o meses, es atinado que el país convoque al Fondo Monetario Internacional e ir replanteando las premisas del acuerdo que República Dominicana tiene con ellos, así como determinar cómo amortiguar los efectos que habrán de acontecer sobre el actual presupuesto de la nación.

No es momento de pánico ni de refugiarse en excusas. Es momento para aplicar nuestro genio y creatividad, apretar el cinturón y disponer de acciones que nos ayuden a pasar este vendaval internacional, con sus secuelas inflacionarias.