Crespón por un maestro

Crespón por un maestro

Crespón por un maestro

Cuando Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez administraban nuestro pequeño mundo político, llegué a oír el calificativo “autoritarios” en relación con la manera de liderar a sus parciales.

La sociedad dominicana empezó a desbordar la autoridad de esta tríada conforme la política perdía la carga ideológica y la moral del sacrificio personal con la que había salido de los días de abril del 65.

El aire de espectáculo impreso en las demostraciones partidarias con la inclusión de bocinas atronadoras, porristas sobre patanas y la sustitución del mitin por la caravana, eran en aquellos días el anuncio de que la actividad política había cambiado en manos de los líderes heredados de los días de la reorganización de la sociedad dominicana tras la decapitación de la dictadura.

Las amarras habían empezado a romperse con ellos en medio, decrépitos por la edad Bosch y Balaguer y Peña por la enfermedad, podían, sin embargo, señalar a un diputado, un senador, un juez o técnicos incapaces para las artes politiqueras, pero decentes según el criterio de cualquiera de estos tres.

Era una forma del autoritarismo, pero acaso necesario, vista nuestra naturaleza política y nuestras taras morales con serias consecuencias cuando de la administración del erario se trata.

Desde los días de la fundación de la República el dominicano ha visto en el Estado (en el Presupuesto) la única fuente relativamente segura de un sueldo estable sin estar sometido a tareas agotadoras, el único camino por el cual acaso se pueda contar con una pensión cuando se llegue a cierta edad. En los tiempos nuestros las oportunidades incluyen la acumulación de fortunas fabulosas.

Desde el principio hasta nuestros días, entre nosotros la vida nunca ha valido gran cosa, pero en vista de que los Estados con los que establecemos relaciones consideran primitivo el asesinato por razones políticas, hemos aprendido a alinearnos contra este tipo de homicidios. En realidad, valga la mala opinión, no solemos detenernos ante la vida de los otros.

Nos escandaliza el alto número de mujeres muertas a manos de amantes o maridos, la insensibilidad de asaltantes capaces de quitarle la vida a una persona dispuesta a defender un bien de su propiedad, pero suelen ser bajas con las que al final de año hacemos un cuadro estadístico para el consumo de la prensa y de ONG.

De tiempo en tiempo, sin embargo, nos caen en los pies víctimas estremecedoras de este desdén nuestro por la vida, como es el caso del maestro Mateo Aquino Febrillet —con este título solía presentarse—, más dolorosa esta muerte mientras más se la piensa.

¿Por qué lo mataron? Por el afán de unos atorrantes por ir a representarnos en unos de los poderes del Estado, ¡qué vergüenza!



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