Con su incorporación este lunes al campo de entrenamiento de los Yankees, Alex Rodríguez comienza a sorber lo que parece ser la amarga remata de sus inconductas.
A la distancia, y conocida parte de la historia, uno se imagina el grado de estoicismo del que se revistió Jackie Robinson para soportar la andanada segregacionista cuando en
1947 superó la barrera racial con su debut en las Grandes Ligas.
Pero Robinson tenía, al menos, el apoyo de quien lo llevó a esas instancias, el entonces dueño de los Dodgers de Brooklin, Branch Rickey, lo que debió suponer la obtención de un trato menos cruel dentro del equipo. El caso de Alex se plantea muy diferente.
Está muy claro que los ejecutivos Yankees pretenden deshacerse de un acuerdo del que aún deben pagarle US$60 millones. Que el manager Joe Giraldi ya se pronunció en el sentido de que debe ganarse un puesto.
Con la agravante para Rodríguez de que el equipo se agenció los servicios de Chase Headley para ocupar la antesala.
Pero también anunciaron que pretenden dar mucho juego al puertorriqueño Carlos Beltrán como bateador designado, que una trinchera idónea para Alex en sus expectativas de extender su carrera y alcanzar cifras respetables, como superar este año los 660 jonrones de Willie Mays (tiene 656), alcanzar las 2000 carreras remolcadas (1,969), los tres mil hits (2,939), las dos mil anotadas (1919).
O sea, que a sus 40 años, en pleno declive, su mismo equipo le está torpedeando. Y sin contar lo que le espera cuando enfrente la antipatía de la implacable prensa, aficionados que le adversan… A lo que queremos llegar es: ¿Tendrá Alex la suficiente entereza psicológica, el estoicismo de Jackie Robinson, para soportar -él que nunca fue humilde-, el vendaval que le espera sin rendirse?
