Como están las cosas

Como están las cosas

Como están las cosas

Cierto es que no tengo razones para estar optimista, todo lo contrario.

Sí tengo razones -muchas- como para sentir pena por mi país al ver que tenemos un gobierno incógnita, inactivo en su papel de regenerador político y disfuncional por el “software power” puesto en marcha en su recorrido. 

Lo peor de la situación es que, por razones inexplicables, contemplamos indiferentes cómo en una parte sustancial de nuestro territorio prenden ideas malignas con claras intenciones de barbarizarnos, esto es, desintegrarnos.

De la mano de conocidos individuos de turbia trayectoria, feroces fuerzas centrífugas se mueven sin control decididamente hostiles a nuestra existencia y, a menos que estemos todos de acuerdo con que nos dinamiten las estanterías del Estado -lo que no creo posible-, no gritemos, entonces, ni hagamos escándalo alguno cuando nos toque tragarnos las consecuencias de nuestra ingrata actitud por permitir que nos manejen a gusto.

No importa si ha sido por incompetencia o dejadez, por miedo o porque nos han diezmado el nervio, la testosterona y el orgullo, lo cierto es que no podemos despojarnos de la responsabilidad de nuestra decadencia como nación y, frente a esta realidad y sus desenlaces -que también-, sería una soberbia cabronada apelar a una excusa propia de la demagogia más empinada a la que siempre recurren los truhanes que carecen de gallardía para afrontar lo que la vida les pone por delante.

Proceder nada gracioso que, precisamente por no serlo, anuncia un tenebroso mañana para todos nosotros, apóstatas incluidos, por supuesto. Me

preocupa que muchos no entendemos bien las dinámicas de la geopolítica, pues vivimos a manera frívola no ser conscientes de cómo puede complicarse -aun más- una historia ya de por sí complicada por sus violentos antecedentes; no nos preocupa lo fácil que es mal interpretar ciertos fenómenos por no tener en cuenta el por qué toman fuerza y cómo se desencadenan las turbulencias sociales sin que nadie lo espere; nos tiene sin cuidado, saber o no, cuán poderosas pueden llegar a ser las siempre inefables veleidades de las circunstancias.

Bienaventurados los que ignoran que las respuestas de los pueblos a los desengaños suelen no ser agradables.

Urge abrir una nueva etapa apostando a una regeneración nacional total, desmontar sin piedad ni miramientos los cantos de los traidores y crear una alternativa que permita iniciar un cambio digno que satisfaga los principios nacionales sin ajustarnos a ningún manual de moral dudosa -que ni siquiera nuestro es- y de rechazo absoluto a toda política de naturaleza anfetamínica; imprescindible poner de relieve las discrepancias incompatibles entre lo que nos quieren imponer y lo que queremos para nuestro país, recordando que las raíces y los valores de nuestro pueblo no son anglosajones, como tampoco tienen su origen en las sociedades del vudú.

Ahora bien, si necesitamos aprobación de otros gobiernos en materia de asuntos internos y soberanía, entonces, ¿para qué diablos tenemos gobierno?

Que a nadie se lo ocurra frente a estos desafíos colocar sobre la mesa una República Dominicana disminuida sólo para complacer imposiciones foráneas. No le será perdonado. Ya lo saben.



Etiquetas