Carta a Yera el haitiano a los traidores de la patria  y a los Bolcheviques genéricos

Carta a Yera el haitiano a los traidores de la patria  y a los Bolcheviques genéricos

Carta a Yera el haitiano a los traidores de la patria  y a los Bolcheviques genéricos

*Por Gramsci Guzmán

¡Caramba, Yera! Estoy haciendo lo imposible por evocar tu mirada aquel día en que te vi por primera vez. Y lo único que logro recordar es  la sumisión con la que mirabas al suelo cuando alguno de tus compañeros o papá Tite se dirigían a ti. Imagino que esta reacción era producto del sentimiento de inferioridad que causa ser extranjero en tus condiciones, pero… ¿qué puedo yo saber lo que es ser extranjero en tus condiciones?

¡Cierto! Casi olvido que puedo, igual que lo haces tú, usar la carta de presentación que explica todas las pruebas difíciles que he tenido que superar lejos de mi patria; pero nada sería más demagógico y falso que eso… pues a diferencia de ti, la casualidad, la suerte, el destino o alguna  divinidad —llámalo como quieras— no me hizo negro ni feo. Y, además, me regaló la facilidad de hablar otro idioma sin apenas estudiarlo; algo que por desgracia nunca pudiste alcanzar en su totalidad.

Recuerdo cuando me contaron tu historia, aunque desconozco muchos detalles de esta. Sé que fue Chepito Taveras (socio de papa Tite) quien te trajo a Estancia Nueva para trabajar los cerdos, y terminaste trabajando con papá en la separadora de maíz. Es obvio que haciendo cualquier cosa.

Otro de los recuerdos que guardo de ti es cuando en un acto de solidaridad, y un espíritu comunitario lleno de generosidad,  tú y tus compañeros le permitieron a un niño (de unos nueve años de edad) cocer los sacos de maíz por una generosa retribución de cinco pesos al día; dinero que salía de los sueldos de ustedes. Mientras que tú, Cabuya y otros trabajadores vaciaban los sacos (que pesaban alrededor de 175 libras) en la separadora para luego empacarlos.  Y, por último, cargarlos en el camión para llevarlos a su destino final.

Me gustaría  decirte que quedaron atrás las razones que te hacían bajar la mirada cuando te hablaban… Me gustaría, pero no es así.  Seguimos tratando a tu gente igual o peor de lo que te tratamos a ti. Hace escasamente un año que ya no caminas estas tierras ajenas donde dejaste gotas de sudor y humillaciones difíciles de cuantificar; forzado por el hambre y la miseria que azota al pedazo de tierra que la separación de naciones te concedió desde el momento que tus antepasados cometieron el error de pensar que la libertad, la igualdad y la fraternidad de la Revolución francesa incluiría a los jacobinos negros.

Te cuento que hoy los que hablamos en estos términos somos llamados traidores a la patria. Que nos bombardean con cualquier tipo de descalificativos, solo por decir que el problema no deberíamos enfocarlo en la criminalizacion de los que por un mero hecho de supervivencia saltan la vergonzosa línea que nos separa. Es posible que el camarada Trotsky me vacunara en contra de este chovinismo ridículo de envolverme en una bandera reclamando la soberanía de una patria que a muchos de los que hoy me llaman traidor parece no importarles que los alemanes, italianos, norteamericanos, españoles y franceses prostituyan a diario. Pero me pregunto para qué te hablo de Trotsky y el chovinismo si de lo único que conociste en tu vida fue de discriminación, machetes y sacos de maíz, con una que otra tonelada de mierda de cerdo que tuviste que limpiar.

Te cuento, Yera, que hasta algunos progresistas de mi país —que muy alegremente citan a Marx, a Engels y hasta a Chávez—, esos que hablan en los cafés de internacionalismo y se ponen una camiseta de el Che… cargan de odio la tinta de sus fusiles y arremeten contra tu gente sin piedad, mientras obvian la mafia organizada que tenemos como Estado. Al mismo tiempo, se prestan como tontos útiles para aupar la cortina de humo que representa el problema migratorio que tenemos con los tuyos; mismo que, aunque me duela decirlo, es cierto. No te tengo que contar que somos un país pobre y que no podemos obrar con la generosidad que le gustaría a quien te escribe [debo confesarte, querido amigo, que estoy consciente de que este párrafo, por las referencias que hago, debe de aburrirte. Pero entiéndeme que debía expresarlo aquí, con la esperanza de que uno de esos bolcheviques genéricos lea este humilde escrito].

Por último, querido amigo, quiero desearte felicidad dondequiera que estés, y que sepas que algunos aún te recordamos. Permíteme, si es de tu agrado, finalizar con una reflexión; ya que no tengo las respuestas a este problema en el cual —estoy seguro— tú y los tuyos se llevaron la peor parte.

Me pregunto si esos que hoy me llaman traidor a la patria apoyarían a quienes mañana me traten como te tratamos a ti. En otras palabras: ¿Respaldarían ellos, por coherencia “intelectual”, a  quienes me discriminen por mi procedencia, violando mis derechos fundamentales? En tal caso, ¿tendré yo el privilegio de llamarlos traidores?

 



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