Canibalizar la historiografía de RD

Canibalizar la historiografía de RD

Canibalizar la historiografía de RD

Alex Ferreras

La historia sucede como tiene que suceder, y no como, en función de métodos y fórmulas de interpretación del todo embrollados, y de agendas ideológicas insospechadas, se pretende que suceda mucho tiempo después de transcurrida.

Los métodos y fórmulas, lo mismo que las agendas ideológicas en la interpretación historiográfica, se reducen a lo que tienen que ser: métodos, fórmulas y agendas ideológicas; es decir, son perfectamente situables.

En su ensayo “La oralidad sobre el pasado insular y el concepto de nación en el mundo rural dominicano del siglo XIX” (SD: Ediciones Boletín del Archivo General de la Nación. Año LXXI, Vol. XXXIV, No. 123, 2009), el historiador Roberto Marte, sin duda, se propone despachar las metodologías de investigación historiográfica de los historiadores tradicionales dominicanos, tales como García, Tejera, Del Monte y Tejada, Peña Batlle, Lugo y demás.

No solo el estudioso intenta descalificar dichas metodologías, sino que llega hasta el grado de cuestionar el rigor de sus obras.

En el caso de José Gabriel García, raya en la insolencia cuando se refiere a él como un “coleccionista” (véase nota al calce, p. 96) e insinúa una presunta falta de originalidad en sus aportes (p. 89), a los cuales pone la despectiva etiqueta de “folletería” (p. 148) y, en otro lugar, hasta los minimiza como “novelones y prontuarios de fechas”.

Al romper lanzas y dirigir sus críticas contra él, tal parece que, para Marte, este historiador es el chivo expiatorio por excelencia de la historiografía. Por ser García considerado como el “Padre de la Historiografía Dominicana”, de seguro que nada de casual hay en todo esto.

Nuestro erudito empieza su condena del concepto de la nación dominicana desde el primer párrafo de su ensayo. En él se prefigura lo que será su plato fuerte en contra de nuestra noción de identidad nacional a lo largo de su trabajo.

El sesgo de racionalismo positivista y la visión posmoderna de la historia, igual que un arte microscópicamente tendencioso, no le permiten al historiador ver que no ha habido esa cultura en la historia humana que no haya empezado a fraguar su ser nacional, a menos que no sea en gran parte en su tradición oral y en las memorias populares, subestimada la primera por Marte, sin embargo, como “la llamada tradición oral”. (P. 94 y nota al pie de página, p. 91)

Estamos, definitivamente, frente a un discurso embrollado, esto es, sobrecargado de citas y de largas notas al calce, de un armazón lexical pesado y de fraseologías en cada página, de vicios de dicción y de jergas profesionales. En otras palabras, estamos ante una verdadera monserga como discurso, por tanto, de muy escaso aporte a la historiografía dominicana.

Desde la primera hasta la última página, somos testigos de la demostración de una rigurosa erudición historiográfica que nos recuerda a aquellos áridos discursos academicistas europeos y norteamericanos.

Lo cual indica, pues, poca originalidad en la tesis del historiador, como se observa en el abuso del mecanismo de las citas y en las profusas, largas y tediosas notas al calce con que busca sustentar sus planteamientos. Lo mismo, en el uso desembozado de barbarismos (latinismos, anglicismos, germanismos, entre otros).



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