Asalto en la Kennedy

Asalto en la Kennedy

Asalto en la Kennedy

Ocho de la noche. Aun se sentía la ebullición del tráfico en una ciudad donde todas las horas son “pico” para el desplazamiento fluido.

Ella transitaba la Kennedy en sentido este-oeste para  unirse a la Lincoln. Semáforo rojo. Acciona suavemente el freno y se coloca en la fila de autos que girarán hacia la izquierda.

Antes de detenerse avizoró al hombre que auscultaba su motocicleta como intentando alguna reparación. Una escena normal en cualquier calle. La mujer hablaba por su teléfono móvil. Los cristales claros delataban su distracción, la presencia del bolso y de cualquier otro objeto en el interior del vehículo. Le pasó por lado al motorista y se detuvo a pocos pasos.

-Dame el celular- La voz atravesó el cristal. Miró hacia afuera para confirmar si alguien se dirigía a ella. Fue entonces cuando vio el cañón oscuro de la pistola. Entrampada en el tránsito, sin posibilidad de huir, bajó la ventanilla unas tres pulgadas y entregó el teléfono al motorista sin oponer resistencia.

-Ahora dame la cartera- No tuvo más remedio que obedecer. Entregó el bolso con todo su contenido. Desde afuera los ojos del motorista escaneaban todo el interior del vehículo como si buscaran engrosar el botín. Sin prisa, se montó en la motocicleta, tomó un atajo por debajo del elevado y desapareció.

Una joven ejecutiva de una reconocida empresa acababa de ser atracada dentro de su propio vehículo, donde cualquiera podría sentirse seguro y protegido. El delincuente sólo necesitó pocos minutos y la oscuridad de la vía para perpetrar un robo a mano armada sin testigos.

-¿Se producen muchos asaltos en ese lugar?-, preguntó la traumatizada mujer mientras reportaba a la Policía la sustracción de sus pertenencias. Impasible, sin dejar de tomar notas de una denuncia más, el agente policial respondió: “Diez o doce cada día”.

Si el hecho de que asalten a uno –desde afuera- en su propio auto conduce a la impotencia y a la paranoia, la fría respuesta del policía lleva a una sola convicción: “Esto se jodió”.



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