La incipiente industria del cine en el país
Si la incipiente industria del cine dominicano ha fracasado, como han dicho algunos directores de películas, no se debe sólo a que los piratas se hayan apropiado de las mismas.

Creo que con tal afirmación quienes han enarbolado esta  hipótesis se han ido por la tangente. Primero se excluyen de responsabilidad en lo que haya habido de fracaso, y segundo, por conveniencia, obvian otros factores, como lo ventajosa que resulta para los operadores de salas de exhibición y la precaria creatividad que registran dichas producciones cinematográficas.

Nadie discute que la apropiación ilegal de la obra de un artista produce un efecto negativo en la rentabilidad de sus inversionistas. Y eso podría estar ocurriendo con el cine dominicano.

Pero esos son a mí entender secundarios ante las visibles debilidades creativas y fallas técnicas de nuestro cine, la que a mi modo de ver son factores que inciden más en el poco entusiasmo que las películas generan en el público.

En el cine dominicano hemos visto cosas interesantes, pero que se quedan atrapadas en el discurso localistas de sus guiones, sólo entendible para los dominicanos. Por eso de Nueva York y Puerto Rico no pasan.

Es un modelo de cine pensado sólo como negocio, no como obra de arte. Sus guiones se basan en ocurrencias, escritos por gentes que no tienen el arte de escribir como oficio, sino que son más o menos versados en los asuntos técnicos de la comunicación audiovisual.

Una película es el resultado de un trabajo de equipo. En el caso dominicano no, como se dice en el argot beisbolero, una misma persona ‘picha’, ‘quecha’ y batea: escribe el guión, lo corrige, dirige el rodaje del filme, selecciona el talento y las locaciones, lo edita y hasta lo actúa. Y ya, es cineasta. A todo esto, los críticos dominicanos, acostumbrados a ejercer esa tarea sin riesgo alguno para el cine de Hollywood, no han sabido articular una crítica que ayude a fortalecer la parte creativa del cine dominicano.