Aída Bonnelly, versátil entusiasmo juvenil

Aída Bonnelly, versátil entusiasmo juvenil

Aída Bonnelly, versátil entusiasmo juvenil

Mario Emilio Pérez

Desde que la conocí hasta su muerte, Aída Bonnelly de Díaz lucía siempre ante mis ojos con apariencia y entusiasmo juveniles.

La sonrisa no se posaba con frecuencia en sus labios, pero el amor a las variables de la cotidianidad vivencial sobrepasaba con su brillo la adormilada expresión de su mirada.

Viviendo con apariencia de alegría contenida en lo pausado de sus gestos, y el lento discurrir de su palabra de suave entonación, desplegó su conocimiento de las artes por numerosas vertientes.

Pianista con total dominio del instrumento, musicóloga, crítica de arte convertida en maestra de miles de lectores a través de sus artículos , narradora de límpida prosa, y profesora de conservatorio, esa versatilidad nació de la combinación de la disciplina y el talento.

Al sacerdote Pablo Mella, que ofició la misa en su memoria, describió acertadamente el temperamento de la consagrada artista a quien la gratitud colectiva percibió que pese a sus ochenta y siete años, se marchó a destiempo.

En mi condición de miembro de la desaparecida Asociación de Cultura Musical mantuve cercano trato con la que fue directora, codirectora y directora artística del Teatro Nacional, y pude apreciar su vocación de servicio, la grandeza de su humildad.

Observé su rostro teñirse de carmínea coloración ante los elogios que prodigué a sus escritos, o a la acertada gestión que desarrolló en una institución donde la interlocución se realiza con hipersensibles, susceptibles y temperamentales artistas.

La numerosa concurrencia a la religiosa ceremonia escuchó, entre citas bíblicas, trozos de obras de Schuman y Richard Straus, de suave melancolía, carentes de proximidad con la atmósfera reverente de la música sacra.

Porque todos recordaremos con añorante alegría a una mujer longeva, que por su vivencial entusiasmo juvenil, nunca debió morir.



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