Ahorro de Navidad

Ahorro de Navidad

Ahorro de Navidad

En la acera opuesta del frente de mi casa dejé un peso. Era 25 de diciembre, día de Navidad, y quise ver lo que pasaba fuera, porque todo el día 24 —y la Nochebuena— había estado en el último peldaño de la escalera y nadie lo había cogido.

Me golpeó el poco interés por una moneda que es la fracción más pequeña en uso con la que contamos en el comercio formal e informal. El redondeo aniquiló las fracciones más pequeñas.

Hace dos años caminaba por el parqueo de la empresa para la que trabajo cuando vi sobre el adoquín, junto a mi zapato, un billete de cien pesos. Seguí hasta la garita de los vigilantes y le dije al guardián: “Mire, allí, usted se ha encontrado cien pesos”. Corrió a recogerlo, se lo embolsilló, y volvió a su puesto.

Bajo la impresión que me causó su agilidad, le dije luego de una breve reflexión sobre la moral: “Si viene alguien buscando cien pesos que ha perdido por aquí, tiene usted el deber de dárselos”.

“Unjú”, respondió como quien hace el examen siquiátrico del otro: si este pendejo creerá que yo soy otro pendejo, estaría diciéndose.

Cuando dejé sobre la acera la moneda de un peso del día de Navidad eran las 7:20 a. m. Estuve bregando con el patio, un poco perdido por las lluvias de otoño, y a la 1:30 p. m. fui al balcón a ver si había ocurrido algo.

Allí estaba. Bajé, la llevé de vuelta a casa y la tiré en una latita de las que vendía la Asociación de Ahorros en la que tengo una cuenta abierta con lo acumulado en una de estas latas cuando era peatón y los del concho devolvían 5 y 10 centavos.

Tal vez porque cuando era un niño compraba una libra de arroz por 8 centavos me afecta que un peso, en el que entran cien centavos (y en los días de mi infancia hubieran entrado más de 12 libras de arroz), fuera tratado como basura.

¿Cuánto le cuesta al Estado una moneda de a peso? El Banco Central debe saberlo; acaso más de un peso. En cambio, el trabajo para que la economía produzca ese mismo peso debe ser la siquita de un mime (la mosca más pequeña que conozco); ahora, la actividad social desplegada debe ser inmensa (como la boñiga de un elefante, digamos, a tono con la comparación anterior).

Enorme como para poner en la mano de todo el que realice el trabajo para tenerla, una insignificante moneda o el billete de más alta denominación.

Lo social lo es todo, sin lo social no alcanzamos ni siquiera la noción de algo íntimo como el ser.

Sobre esta base, retórica si se quiere, apoyo las razones del magro ahorro de El escribidor el día de Navidad. En mi latita te veas, peso de la Nochebuena, peso de la Navidad. ¿Es posible valorar lo mucho con desprecio de poco?



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