Adiós, Juan José Ayuso

Adiós, Juan José Ayuso

Adiós, Juan José Ayuso

Rafael Chaljub Mejìa

Yo conocí a Juan José Ayuso por mediación de Gladys Gutiérrez, en aquellos días trágicos en que Gladys removía cielo y tierra en procura inútil de encontrar a su esposo, el dirigente emepedeísta Henry Segarra, hecho desaparecer por el gobierno balaguerista de los doce años, tras ser detenido al sol del mediodía en una calle céntrica de Dajabón el 25 de julio de 1969.

Una de las fuentes de solidaridad hacia las víctimas de aquella campaña represiva eran los periodistas, específicamente aquellos hombres y mujeres de la prensa que integraron una generación que marcó época por su valor moral y profesional.

Por su compromiso en firme con la causa democrática y las libertades, a pesar del precio en vidas que la represión cobró entre los propios periodistas.

Juan José Ayuso era uno de los referentes y símbolos de esa generación. Era yo en ese entonces uno de los cuadros enviados a la región norte por el Movimiento Popular Dominicano –MPD-, cuadros contra los cuales había una clara orden de exterminio.

La solidaridad era cuestión de vida o muerte y uno de los hogares en que muy generosamente la encontré fue el de Juan José y de su esposa Luz Delfina, que entonces residían en Santiago.

Ese fue uno de mis más cálidos y fraternales refugios, hasta el punto de que sus hijos José Alejandro y Leticia Rosa me acogieron desde entonces como a uno de sus tíos.

Siempre traté a Juan José como a un maestro, me esforcé por aprender de su magisterio y desde que empecé a publicar libros, tuve por norma tomar el primer ejemplar salido de la imprenta y llevárselo personalmente a Juan José.

La muerte, a cuyos dictados estamos todos llamados a sucumbir, vino por el poeta y nos acaba de privar de su presencia física.

Su legado poético, literario y periodístico habrá de perdurar, y en mi caso, su amistad, su recuerdo, la discreta ayuda que nunca me negó y que también recibieron muchos de mis camaradas se quedarán conmigo mientras me quede aliento.

Claro, que Dulce y yo fuimos a los funerales, a compartir el dolor con todos los parientes, y escribo estas líneas para sellar con ellas mi voto de recordación y mi sentida protesta de imperecedera gratitud a Juan José, el Poetiso, como yo le llamaba con cariño.



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