Abrir el corazón

La inmediatez, la falta de racionalidad y la inhumanidad se siguen expresando en muertes por homicidios, suicidios y abusos de todo tipo.

Ante el pesimismo y la desesperanza hay un clamor a Dios Padre de Misericordia para el ser humano

La estridencia del mal, además del ruido que hace, puede hacernos perder la paz.

El mejor camino es mirar con los ojos de la fe y abrir el corazón. ¿Y cómo podemos abrir el corazón?

Abrir el corazón es mirar la vida y valorar la vida en todas sus dimensiones. Es amar y cuidar la Casa Común y a cada ser viviente con quien compartimos la existencia.

Reconocer que latimos con la tierra que nos alberga. Y somos parte del Todo que Dios ha creado.

Es asombro ante la naturaleza pero, sobre todo, cuidado y respeto por un ser vivo que nos sostiene y nos alberga.

Abrir el corazón implica volver a reconectarnos con nuestra esencia sutil que nos hace ver más allá de las apariencias y de las cosas y nos lleva a ver el corazón de las demás personas, ejercitando en la cotidianidad la empatía y la compasión expresada en bondad, mansedumbre y tolerancia.

Abrir el corazón es volver a ser como niños y niñas. Descubrir lo bueno en las personas y el entorno rescatando lo simple y el vivir desde la inocencia y las sanas intenciones, sin agendas ocultas basadas en la sospecha o la suspicacia.

Es sentir felicidad en el esfuerzo y vivir en actitud de agradecimiento ante la vida. Plantear la existencia desde lo positivo. Agradecer lo que se tiene y no sufrir por lo que nos falta o lo que tiene otro. Las preocupaciones inútiles cierran el corazón ante lo trascendente.

El agradecimiento ayuda a abrir el corazón porque lleva al ser humano a volverse consciente de su realidad y a sintonizar con ella.

La comunión con Dios nos lleva a preguntarnos cada día: ante quién y ante qué tenemos que abrir nuestro corazón. Si el corazón se para, morimos. Si dejamos de vivir desde el corazón, también morimos espiritualmente.