A correr... no hay de otra

A correr… no hay de otra

A correr… no hay de otra

Hugo López Morrobel

No hay nada eterno, todo tiene su final, aunque para evitarlo se emplee la fuerza bruta o la más sofisticada.
Han sido innúmeros los que se han “petrificado” en posiciones, llegando a acariciar la firme creencia, de que se convierten en intocables, sabedores y lumbreras, que los lleva a entender que nadie está por encima de ellos.

Esa “intocabilidad” les hace cometer errores en apariencia imperceptibles, aunque todos, incluso el más “ignorante” lo percibe a distancia.

Y cuando se consolida un poder sobre la base del dilatado tiempo que se ostenta, ahí comienza el resquebrajamiento de una serie de actuaciones, que en un tiempo atrás parecían normales en su conjunto.

Uno de los elementos que hace que un individuo se sienta poderoso, intocable, como “caído del cielo”, es la falta de voluntad y carácter de quienes deben velar por el cumplimiento de la institucionalidad de los organismos bajo su rectoría.

Hay que admitir que los hombres se convierten en dictadores, única y exclusivamente, cuando las sociedades lo permiten.

Esas son etapas superadas, y los pocos que la alimentan saben que, cuando comienza la erosión, hay que dejar el limpio.



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