¡Chiste cruel!

¡Chiste cruel!

¡Chiste cruel!

Era una de esas tantas mañanas, de uno de esos tantos días rutinarios.. Abro los ojos.

Toco mi cuerpo y noté que aún vivía por la gracia de un Dios que así lo disponía. Un desayuno rutinario me nutriría para soportar las ingentes actividades de un día cualquiera en calles cualesquiera de nuestra caótica ciudad de Santo Domingo. Salí de mi vivienda con la intención de buscar un libro que me habían dejado en el edificio del Banco Central. De Naco partí para llegar a la avenida Tiradentes, donde encontré el primer escollo en un trayecto que imaginaba sería rápido. Ya en la Tiradentes mi primer escollo: un tremendo tapón para despertar las neuronas intuyendo lo que acontecería después. Seguía mi trayecto siempre interrumpido por esas “naves” que surgían de todos lados; hasta que al fin pude llegar al edificio del Banco Central: la primera parada de mi trayecto donde debía recoger el libro .

De allí salí y me propuse cruzar por el centro de Gazcue, un vecindario atesorado en mis recuerdos de una infancia y juventud rebosantes de alegría, juegos, bailecitos juveniles, el merengue en su apogeo junto a la guaracha, y el bolero para los enamorados, pero ante todo, un respeto y un orden impuestos por las costumbres de aquella época. Ya en aquel Gazcue de los 50 y los 60, vi unos vehículos circulando entre las mismas calles anteriormente bordeadas por residencias cuidadas con esmero, construidas según los cánones de la nueva arquitectura de la época , diseñadas y construidas por ingenieros-arquitectos graduados en universidades europeas. Con melancolía veía como se habían reemplazado las residencias del recuerdo por los primeros edificios de apartamentos en Santo Domingo, en nada parecidos a las enormes, modernísimas y costosísimas torres de la actualidad.

Dejando atrás mi barrio con mis remembranzas, tomé la avenida Máximo Gómez para llegar a nuestro afamado Malecón. Atrás quedó todo aquello, en cuyo lugar encuentro un tumultuoso espectáculo de hormigas motorizadas maniobradas por choferes groseros, pobres analfabetos que pretenden ejercer un oficio fácil, sin estudios requeridos para abrir las puertas de la subsistencia.

Al fin llegué a mi casa con un punzante dolor de cabeza, pensando que me moriría de un ataque de reacción hipertensa a la selvática situación que irracionalmente acababa de vivir, en un país que demuestra el mayor nivel de estabilidad económica de la región, el cual debería reflejarse en el progreso de todos los estamentos, incluyendo los valores, el respeto y el amor al prójimo.

¡QUÉ CHISTE TAN CRUEL!!!!!!!!!



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