3 Alberti en Casa de Teatro 2016

3 Alberti en Casa de Teatro 2016

3 Alberti en Casa de Teatro 2016

José Mármol

La fotografía como arte expande su auge. Desde su nacimiento, con el daguerrotipo de 1839, y más allá de los experimentos precedentes con la cámara oscura, hasta los días presentes, en los que Kodak ha tenido que reinventarse frente a los desafíos del giro digital en la sociedad tardomoderna o posmoderna, su estatuto artístico se ha robustecido.

Roland Barthes atribuyó a la fotografía ser la fuente primaria, la “emanación” del referente de la cultura de la representación.

Hay en la fotografía una vocación esencial a mantenerse fiel al objetivo; o bien, al referente real. Según su ensayo “La cámara lúcida” (1990), el referente real emana y se queda fijo en la imagen fotográfica. De ahí su afirmación tautológica.

Sin embargo, la fijeza no es ya un atributo del arte de la representación. Con la revolución digital, la representación misma, como cosmovisión, está en crisis.

La fotografía digital no es, necesariamente, emanación del referente real, sino, más bien, alteración de la relación, antes tautológica, entre representación y objeto real. Se quebranta, pues, ese indicador de la verdad, y más allá de la mera representación, la fotografía se vuelve hiperrealidad de un hiperrretrato.

“La hiperrealidad no representa nada, más bien, presenta” sustenta el filósofo Han (2014). Con la fotografía digital asistimos a los funerales del predominio de lo real sobre lo imaginario. Se vive la presentación.

La vertiginosidad y desechabilidad impuestos por la racionalidad tecnológica y la revolución digital atentan, por su facultad ubicua, vertiginosa y multifacética, contra la cultura de la atención profunda, detenida, contemplativa que acompañó otrora al arte.

Hemos perdido la capacidad de sosiego para alcanzar recogimiento estético, y hemos mermado nuestro ánimo para el don del asombro creativo.

Distinto a lo experimentado por Cézanne, al mirar las cosas de su entorno, en las que creía “ver” su olor, la cultura de la pantalla líquida nos mutila ese privilegio sinestésico. Ahora, no todo se ha perdido en la transformación.

Resulta interesante descubrir artistas del lente jóvenes que procuran que sus fotografías digitales capten instantes maravillosos, provistos de parsimonia y sosiego contemplativos, que en Nietzsche significa, la recuperación de lo verdaderamente humano.

La exposición fotográfica denominada “3 Alberti en Casa de Teatro”, protagonizada por los hermanos Anadel, José Manuel y Marinelli, quienes llevan la impronta de su padre, el maestro Herminio Alberti, nos coloca en un recodo contemplativo de las paradojas volátiles de la modernidad. Anadel proyecta la mirada sobre la sobria fachada de la arquitectura de una Chicago enigmática, de celuloide.

Una mirada en blanco y negro de lo monumental y la muchedumbre. Sus momentos “Batman puede descansar”, “Entre caos y despedidas” y “Deseo de Navidad” resisten la fuerza de esa lentitud.

Las capturas de José Manuel recogen instantes profundos de la soledad del individuo contemporáneo, sus espacios, la evolución del transporte, la sensibilidad medioambiental, la armonía de los legados arquitectónicos del pasado y la época presente.

Sus fotografías tituladas “Esperando” y “Reposo” son un homenaje a la belleza natural y a la ansiedad del espíritu humano frente a la incertidumbre. Marinelli resalta la espectacularidad del color y de la luz natural.

Lo humano, el rostro, el entorno cultural, los oficios o trabajos antiguos, pero, vivos aun. Destaca en ella el afán por eternizar la mirada de hombres y mujeres enclavados en un pasado étnico del Perú que, al son de Manrique, luce haber sido mejor que esta modernidad perruna, insolidaria, vacía.

“El hombre y la máquina”, “Regalo de la Pachamama” e “ Inocencia” evidencian sutiles relatos visuales. Como arte auténtico, las fotografías del trío Alberti trascienden su entorno y su tiempo.



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