Víctor Pinales viene buscando, desde hace tiempo, su consagración y reconocimiento como un actor de fuste.

Inclusive, su Casandra a Mejor Actor, por su actuación en la obra “Tócalo otra vez”, en el año 2005, dejó opiniones encontradas entre críticos y colegas suyos, que lo han querido encasillar como un simple humorista de televisión, cuando es conocida de todos su formación académica.

Ahora, con su papel de seminarista rebelde en la recién finalizada “Entre Dios y el diablo”, durante dos fines de semana en la Sala Ravelo del Teatro Nacional, no es que la haya conseguido, pero está muy cerca de alcanzarla (la consagra   ción).

Su actuación en este montaje es creíble, elocuente y limpia  y lo deja muy bien sitiado. Olvidémonos de las comparaciones. Cada actor o actriz tiene su propio estilo. Pinales tiene el suyo y lo ha sabido defender.

El texto del estadounidense Bill C. Davis y adaptación de Iván García (quien dirigió la obra) es incisivo e irónico, pero perturbadoramente real.

 Los diálogos nada cursis y un humor negro soterrado, junto al tema tan controversial que trata, la hacen una obra completa.